A mi hijo con 10 años le diagnosticaron diabetes tipo 1.
Ese día nuestras vidas cambiaron para siempre.
Todo se te viene encima, te preguntas insistentemente por qué ¿Por qué su páncreas ha dejado de funcionar?
Te cambiarías sin dudarlo por tener tú la enfermedad y no él.
Todas las noches te levantas medio dormido a pincharle en el dedo para extraer una gota de sangre, que te apacigüe al comprobar que sus niveles de azúcar están bien.
Con el tiempo las yemas de sus dedos hay que tratarlas con Aloe vera y otras cremas, están destrozadas, en carne viva, son más de 10 pinchazos diarios.
Ahora ha avanzado mucho la medicina, tienen un sensor en el brazo que les indica sus niveles y lo más importante: la tendencia.
Hoy 12 años después miro hacia atrás y hay tanto positivo...
Como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga.
En los momentos duros y complicados de la vida ante una adversidad, la familia se une más(o a veces se desintegra para siempre) no fue nuestro caso.
Aprendimos a comer mejor, a saber lo que es una ración de carbohidratos, para pincharse en cada comida en función de las raciones de carbohidratos, añadiendo en proporción proteínas y vegetales, una dieta equilibrada que nunca hubiéramos tenido.
Realizar mucho ejercicio disminuía sus dosis de insulina.
Llegó a nuestras vidas Balín, siempre he tenido perro pero ninguno como Balín.
A Balín lo entrenamos para que detectase las subidas y bajadas de azúcar.
Ladraba con fuerza mirando a mi hijo y por supuesto obtenía su premio en forma de salchicha.
Balín tiene un vínculo inseparable con mi hijo, sabe que su labor es controlar esos olores que desprende mi hijo cuando está alto o bajo de azúcar.
Balín acompañaba a mi hijo a todas partes: restaurantes, tiendas, polideportivos, en cualquier lugar estaba Balín cuidando de la salud de mi hijo.
Por las noches dejamos de levantarnos, Balín dormía a su lado y ladraba si percibía ese olor por el que era premiado.
Amo a los perros, todos son cariñosos y adorables. Tengo cuatro, pero ninguno se puede parecer a Balín, él tiene una misión única y es velar por la salud de mi hijo.
Esta noche sin que mi hijo se pasase el móvil por el brazo, Balín ha ladrado y mi hijo se ha tomado un actimel.
Su ladrido es como el susurro de un ángel diciéndote que todo está bien.
Por eso Balín no se siente perro, es mucho más y lo es todo para nosotros.
Tiene ya 12 años, es parte de nosotros. Apareció en nuestras vidas como un ángel que nos dio su luz, amor y su total dedicación las 24 h los 365 días del año.
Ha empezado a cojear, pensamos que era un problema muscular, pero las radiografías han confirmado lo peor: tiene artritis.
Le cuesta levantarse, le damos un pienso especial y medicación para intentar que la enfermedad no avance, pero es imposible.
Sigue a mi hijo como si fuera un joven perro, incansable.
Le pregunté a la veterinaria si el aceite CBD podría ayudar y su respuesta fue un Sí rotundo. Desde entonces cuatro gotas de aceite en su pienso hace que no le cueste tanto levantarse y persiga a mi hijo como siempre lo ha hecho.
Espero y deseo que por algunos años más siga siendo esa estrella brillante que ha iluminado nuestra familia, por eso el perro de mi hijo no se siente perro.
La foto de Balín :-)